Dice el analista político Ricardo
Raphael que lo peor que puede sucederle a un país que pretende ser democrático
es tener una población que no se interese en los asuntos públicos. Cuando esto
ocurre, los individuos inevitablemente dejan la determinación del rumbo de su
nación —y en cierto modo de su vida— a las clases gobernantes. Es natural
entonces que los políticos se preocupen en obtener votos a como dé lugar y se
olviden de la democracia, es decir del poder del pueblo.
Raphael cita al economista
estadunidense de origen alemán Albert O. Hirschman, cuando nos advierte del
peligro de la apatía. Su hipótesis es que, en la medida en que sentimos que no
se nos toma en cuenta, que nuestra voz no es escuchada, nos desinteresamos más
y más de los asuntos públicos. La apatía o el descontento aumentarán, hasta llevarnos
incluso a emigrar a otro país o, peor aún, a emprender acciones violentas
contra el Estado que nos ignora. Lamento decir que esto no parece nada remoto
en nuestro caso. Esa advertencia nos recuerda las acciones violentas que día a
día suceden en diversas partes de México. Si no fomentamos la participación
ciudadana, ¿cómo seremos escuchados por el gobierno? ¿Cómo detendremos la
escalada de crimen e injusticias? Uno de los grandes problemas de nuestro
sistema actual son las relaciones jerárquicas y grandes aparatos impersonales
(burocráticos y corporativos) a los que nos tenemos que enfrentar si queremos
manifestar nuestra opinión. La única manera real de participar, dice Raphael,
es en una relación entre iguales.
Algunos de los factores que
inhiben la participación ciudadana son la falta de diálogo y la exclusión
cultural, económica y reputacional (es decir, social). Todos estos obstáculos
generan desconfianza e indiferencia en la población. No hay sociedad que se
pueda acostumbrar cabalmente a la inseguridad, la violencia y la injusticia,
signos claros de descomposición colectiva. La indiferencia social es peligrosa.
Basta recordar el aterrador poema del pastor Martín Niernáller, quien fuera
encarcelado por los nazis durante la segunda guerra mundial:
Cuando los nazis vinieron a
llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.
Es indudable que lo que le puede
pasar a mi vecino, podría sucederme a mí también; los problemas sociales
tienden a crecer si no son atendidos, y al final alcanzan a todos los sectores
de la población. La participación es la mejor arma con la que contamos para
evitar ese riesgo.
Otro factor de inhibición es la
falta de resultados de los partidos políticos. Como señala la filósofa y
catedrática Victoria Camps, "existe un problema estructural relacionado
con la democracia de partidos, que aleja a la política de los ciudadanos,
porque la política degenera en mero partidismo y éste en una confrontación
agresiva, que no tiene nada de ejemplar.”
El electorado, reitero, no cuenta
con muchas opciones, sólo con partidos políticos. En ausencia de candidaturas
ciudadanas, los individuos no pueden participar en los procesos democráticos
más que como observadores o bajo alguna bandera política.
Un claro ejemplo del desencanto
que generan los partidos son los llamados masivos al abstencionismo y el voto
blanco que se propagaron a través de las redes sociales de internet en las
elecciones de julio de 2009. Y si hoy en día hay un medio sobresaliente de
participación ciudadana son justo las redes sociales, que cada vez cobran más
fuerza. Nos ocuparemos de ellas en un capítulo posterior.
Tomando en cuenta la poca educación
cívica que existe en México, es fácil caer en la tentación de juzgar que ese
llamado al abstencionismo se debió a la falta de cultura cívica. Pero la
respuesta podría no ser tan fácil. El periodista César Cansino opina:
En la perspectiva de un triunfo
del abstencionismo en las elecciones de 2009, habría que desechar por obsoletas
las interpretaciones según las cuales un creciente abstencionismo es sinónimo
de incultura política y una fuerte tasa de participación sólo es posible en
naciones con culturas democráticas maduras. [...] Por el contrario, el
abstencionismo constituye una expresión de creciente apatía o malestar social
hacia la política institucional, lo cual nada tiene que ver con el grado de
cultura democrática existente, sino con el pésimo desempeño de las autoridades
y la pobre oferta política de los partidos en contienda."
La participación ciudadana
según la Constitución. Además de deseable, la participación ciudadana es un
derecho consignado en nuestra Carta Magna. Los artículos 9 y 35, fracción III,
de nuestra Constitución establecen el derecho que tenemos los ciudadanos a
asociarnos y participar de manera pacífica en la vida política de nuestro país.
Además de estar consignado en la Carta Magna, varios acuerdos internacionales
también reconocen nuestro derecho a asociarnos libremente. Se trata, por si
fuera poco, de un derecho humano fundamental. Así consta en la Declaración
Universal de 1948 de la Organización de las Naciones Unidas (ONO." También
el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos adoptado por la ONU en
1966 establece este derecho." Por último, la Convención Americana sobre
los Derechos Humanos de 1969 estipula la posibilidad de reunirnos pacíficamente
para lograr nuestros fines políticos.
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