MÓNICA E. ZENIL MEDELLÍN
Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales UNAM.
Escuela de Estudios Humanísticos ITESM-CCM
Escuela de Estudios Humanísticos ITESM-CCM
"La ciudadanía se muestra ante nuestros ojos como un proceso en el que estamos todos involucrados, que nos exige ser agentes de ideas y proyectos, que nos impulsa a intervenir para manifestar nuestros desacuerdos. La ciudadanía la hacemos los ciudadanos.."
I
Hasta hace muy poco tiempo, en
nuestro país descubrimos que la ciudadanía es mucho más que un repertorio de
derechos y obligaciones. Habíamos transitado por la historia compartiendo la
idea de que ser ciudadano nos hacía iguales ante la ley, nos garantizaba el
acceso a una vida digna y nos abría per se espacios de participación política.
Sin duda, ésta era una herencia de los grandes paradigmas de la democracia
liberal que nos hizo aspirar como sociedad a un modelo de ciudadano que no ha
existido como tal en México y, me atrevo a decir, en la mayoría de los países
autodenominados democráticos.
La realidad nacional nos ha mostrado
que la ciudadanía no es un camino que se recorra ininterrumpidamente de
principio a fin. En la práctica, los ciudadanos enfrentamos una serie de
avances y retrocesos que nos exige estar atentos y, sobre todo, dispuestos a no
dejar de andar por esa ruta que, dicho sea de paso, nos ha llevado muchos
esfuerzos trazar. Ésta es la diferencia entre la consolidación de un régimen
político democrático y su transformación en una forma de vida en la que se
deben tejer lazos de interés compartido, de interlocución, pero sobre todo, de
cambio impulsado colectivamente. Hemos arribado como país a la democracia
formal, sólo para encontrarnos que ése es apenas un paso y que debemos trabajar
en conjunto para hacerla una democracia efectiva que se traduzca en formas de
vida incluyentes.
De lo anterior se desprende que
vivir en un régimen democrático no supone la ausencia de conflictos. El
conflicto es parte de su propia dinámica. Por ello, procesar activamente la
divergencia requiere resignificar las prácticas participativas desarrolladas
por ciudadanos que hacen visibles reclamos sociales y políticos nuevos y
añejos. Numerosas experiencias nacionales de movilización social durante los
últimos años son claro ejemplo del esfuerzo que realizan los ciudadanos en
busca de ampliar y fortalecer el ejercicio de derechos. No puede negarse que la
ciudadanía ha impulsado avances, pero aún es evidente que las tareas pendientes
son muchas y deben hacerse realidad como resultado del trabajo de ciudadanos e
instituciones. Éste es un hecho que debemos afrontar si queremos reducir los
riesgos de que nuestra novel democracia se fragilice.
La tendencia de los ciudadanos
mexicanos a confiar menos en la democracia como régimen político es congruente
con la idea acerca de que, ante las múltiples suspicacias acerca del trabajo de
las autoridades, es la organización con otros ciudadanos la que puede conducir
a solucionar problemas comunes. Sin duda ésta es una realidad que presenta
ventajas para la práctica ciudadana, aunque evidencia la debilidad,
indiferencia y amplia desconfianza que es apreciada por los ciudadanos respecto
a la capacidad de las instancias tradicionales de representación para ser sus
portavoces, para reconocerse como interlocutores en el planteamiento de
soluciones que reorienten políticas públicas de manera efectiva.
Así, la ciudadanía se muestra
ante nuestros ojos como un proceso en el que estamos todos involucrados, que
nos exige ser agentes de ideas y proyectos, que nos impulsa a intervenir para
manifestar nuestros desacuerdos. La ciudadanía la hacemos los ciudadanos. Hasta
ahí no queda duda. Sin embargo, ¿adónde acudimos para alzar la voz? ¿Cómo
hacemos que nuestras inquietudes, necesidades y críticas sean efectivamente
escuchadas? ¿Qué requerimos para que nuestras opiniones sean vistas como
portadoras de proyectos compartidos y no como intereses particulares?
En De la protesta a la
participación ciudadana, Ulrich Richter Morales nos acerca a responder estas
preguntas. En este su segundo libro se dedica a analizar el fenómeno de la
protesta como un ejercicio propio de la democracia. Protestar, nos dice, es un
acto que debe ser normal de la práctica ciudadana y de la vida democrática; por
lo tanto, nos invita a verlo como fenómeno propositivo en el que se expresan
puntos de vista divergentes usando un lenguaje común, el de la calle. La
protesta, desde su perspectiva, se caracteriza por ser un evento complejo en el
que confluyen necesidades de distinto orden, una serie de símbolos que dan
identidad a las reivindicaciones y un espacio común, de encuentro, de discusión
y lucha, un espacio público.
Este libro parte de la premisa de
que protestar, quejarse, estar inconforme, son en realidad actos que
contribuyen a enriquecer y dar dinamismo a la vida ciudadana. Esto implica un
doble reto: para las instituciones significa generar mecanismos de
interlocución sensibles a la diversidad de voces que se hacen escuchar
públicamente. Para los ciudadanos, encarna, el hecho de reconocer que aquellos
que se expresan alzan la voz para beneficio del conjunto de la sociedad. Señalo
éstos como retos, pues nos hemos acostumbrado a pensar en los actos de protesta
como formas disruptivas, destructoras del orden democrático, ése en el que
todos somos iguales, todos tenemos los mismos derechos e igual capacidad de
ejercerlos.
(El texto de la Dra. Mónica Zenil continuará en la siguiente entrega de este Blog)
Foto: Michael Dornbierer
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