El zócalo capitalino, como otras plazas del país y del mundo, son emblemáticas del llamado "poder de la calle". Las manifestaciones causan molestias a terceros, cierto, pero también es verdad que las autoridades generalmente no cumplen con escuchar al ciudadano.
El Zócalo de la ciudad de México,
también conocido como Plaza de la Constitución, ha sido la explanada emblemática
de las protestas ciudadanas en la Ciudad de México, pero también ha sido el
ágora, como se le conocía en la antigua Grecia, donde los ciudadanos del país se
manifiestan y expresan su parecer con el actuar de los gobiernos, a los que en
algunas ocasiones vitorean o abuchean. No en balde, en muchas ocasiones, esta
plaza emblemática ha sido convertida en sala de exposiciones y de múltiples
tópicos culturales o de entretenimiento, y de paso evitar que sea ocupada por
manifestantes o que se instalen plantones.
Podríamos afirmar que todas estas
modalidades de movilización son las formas más usuales y conocidas de la
protesta, unos participando en ellas y otros atrapados en el tráfico o en el
bloqueo. Es evidente que el campo fértil de la protesta ha sido "la
calle", más todavía en las grandes capitales, donde cualquier tipo de
manifestación colapsa las vialidades. Pero dejando de lado esta molestia que
sufren algunos, los ciudadanos, al protestar en la forma más usual, toman las avenidas,
cada día en mayor medida, por lo que esto se conoce ahora como "el poder
de la calle".
Al respecto señala Arcadi
Oliveres: "Esta es la hora. La hora de sentir otras voces y otros
clamores. La hora de salir a la calle y denunciar lo que está pasando y de
empezar el cambio".
Es cierto, rara vez se toma la
calle para vitorear o aplaudir a un político; ejemplo de ello se vivió con
motivo del fallecimiento del ex presidente de España, Adolfo Suárez González,
el martes 25 de marzo de 2014:
"Las calles de Madrid, donde
se vio el fiel reflejo del ambiente político y de la especie de tregua
provocada por la muerte de Adolfo Suárez. Primero, sólo se oía un sobrecogedor
silencio en la carrera de San Jerónimo. Después, la música militar. Más
adelante, el entusiasmo, la emoción y los aplausos de miles de ciudadanos y
gritos de ´¡viva la democracia!´. [...] A la salida del Congreso, donde había
permanecido más de 24 horas, la emoción se desbordó y llegaron los primeros
aplausos y gritos de ¡gracias, presidente!'. Al final del recorrido, en la
plaza de Cibeles —casi un kilómetro— una gran pancarta con esas dos palabras
resumía el sentimiento expresado por la mayoría".
Con gran sentido crítico, digno
de ser analizado, el observador global Moisés Naím refiere que las protestas
callejeras "se han puesto de moda. De Bangkok a Caracas y de Madrid a
Moscú, no pasa una semana sin que en alguna gran urbe del planeta una
muchedumbre tome las calles para criticar al gobierno o para denunciar problemas
más amplios, como la desigualdad o la corrupción. Con frecuencia las fotos
aéreas de estas marchas impresionan por el intimidante mar de gente que exige
cambios. Pero lo más sorprendente es que pocas veces logran su objetivo. Hay
una gran des-proporción entre la formidable energía política que vemos en las
manifestaciones y sus pocos resultados prácticos".
Otra opinión es que "todos
los movimientos y revueltas —de Oakland a Madrid y de Trípoli a México— son
ejemplos muy concretos del poder de la calle. Cuando los votos no cuentan,
cuando la democracia se queda coja, cuando las cortes y la policía sólo
protegen a los poderosos, cuando las muertes y secuestros quedan impunes,
cuando la sociedad toda beneficia sólo a unos pocos, cuando la desigualdad se
convierte en regla, cuando uno o dos deciden por todos... ése es el momento de
salir a la calle".
Entre los argumentos contra las
manifestaciones están que tu derecho termina cuando comienza el de los demás,
que se obstruye la libertad de tránsito, que se colapsan las vialidades y
afectan los comercios, pero sin duda estas molestias se deben a que no ha
habido una respuesta de la autoridad.
En la opinión del periodista
Ricardo Alemán, quien responde así al por qué de las marchas, manifestaciones y
plantones:
El círculo vicioso parece no
tener salida. Es decir, desde hace décadas los grupos inconformes por tal o
cual decisión de Estado, o por tal o cual acción privada, no acuden a las
instancias públicas en busca de solución o de justicia. ¿Y por qué no buscan
una solución en esas instancias? La respuesta todos la conocen.
Porque en México la justicia es
ciega, sorda y tortuosa; porque la justicia también es lenta y poco clara;
porque la justicia suele tener precio y estar al servicio del mejor postor. Por
eso grupos sociales, partidos políticos, legisladores, particulares y
ciudadanos de a pie prefieren recurrir a la protesta violenta, la movilización
callejera, el plantón, el bloqueo y el cerco social.
Y es que en México todos saben que
dañar a las mayorías mediante esos instrumentos —marchas, bloqueos y plantones—
suele ser una llave casi mágica, capaz de agilizar la respuesta de gobierno e
instituciones que, de otro modo, nunca responderían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario