La dignidad de los ciudadanos hace fuerte a un país. En contraparte, están aquellos que pretenden imponer a otros sus propias reglas de convivencia
Los ciudadanos tenemos que ser
dignos. Ser ciudadano de un país es ya de por sí un cargo honorífico. Una de
las tesis de mi libro Manual del Poder Ciudadano es que el ciudadano es aquél
que respeta las normas o reglas de convivencia; por tanto, es un privilegio
contar con ciudadanos. Eso es lo que hace fuerte a un país.
Sin embargo, se encuentra la otra
categoría, la del habitante, aquél que, lejos de cumplir con las reglas de
convivencia, pretende implantar sus propias reglas, por lo que no goza de la
cualidad de digno. Ejemplos de ello resultan ser muchos de los sonados casos que
se han suscitado en México en los últimos años, potenciados por las redes sociales:
las famosas “ladies” y “gentlemans” de Polanco y de cualquier otro lugar del
país. Sin duda que sabes bien de quiénes hablamos.
Otra cara de la moneda la
encontramos en la autoridad: ésta debe ser digna, honorífica, para ganarse el
respeto que los ciudadanos no le han dado. Los significados que podemos atribuir
a la palabra dignidad son diversos, y también son múltiples las formas de
expresarlos.
"La dignidad —sostenía
Aristóteles— no consiste en nuestros honores, sino en el reconocimiento de
merecer lo que tenemos." Es un valor que corresponde al ser humano, no por
su capacidad, sino en tanto que la persona "ha de ser afirmada por sí
misma y por su dignidad", escribe Platón."
Según Mahatma Gandhi, "en
cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad
de hombre, ninguna tiranía puede dominarle".
Por su parte, el analista Federico
Reyes Heroles precisa:
"El asunto de la dignidad es a la vez
complejo y muy sencillo. Complejo porque está más allá de la ley. Se puede
estar en la legalidad y ser indigno. Sencillo porque la indignidad es burda.
Complejo porque no hay una receta universal de dignidad. Sencillo porque ella
es la falta de respeto de un ser humano a sí mismo. Digno: "Gravedad y
decoro de las personas en la manera de comportarse", nos dice la Academia.
Una persona indigna deja de merecerse a sí misma. Sus palabras se desintegran,
pierden todo peso porque sabemos que nadie las respalda".
Señalan Agustín Squella Narducci
y José Luis Guzmán Dalbora:
La dignidad humana no es un concepto
jurídico ni tampoco político, como sí lo son, respectivamente,
"derechos" y "democracia". Dignidad humana es, ante todo,
un concepto filosófico, pero es esa dignidad la que brinda apoyo o, si se
prefiere, fundamento a instituciones jurídicas y políticas, tal como puede
apreciarse en el caso de los dos conceptos antes aludidos. Si el hombre tiene
ciertos derechos fundamentales es, precisamente, en razón de su dignidad, y si
la democracia constituye una forma de gobierno en la que las decisiones
colectivas se adoptan con algún grado importante de intervención de los propios
sujetos que quedarán luego vinculados por ellas, es igualmente en razón de la
dignidad que a esos sujetos se reconoce.
Podremos advertir que en nuestro
lenguaje cotidiano utilizamos mucho la palabra "dignidad", pero es
importante enfatizar que es un principio en el que se basa todo estado social y
democrático de derecho. La CPEUM señala: "Todo individuo tiene derecho a
recibir educación". Además:
c) Contribuirá a la mejor convivencia
humana, a fin de fortalecer el aprecio y respeto por la diversidad cultural, la
dignidad de la persona, la integridad de la familia, la convicción del interés
general de la sociedad, los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de
todos, evitando los privilegios de razas, de religión, de grupos, de sexos o de
individuos.
Entendiendo plenamente el
concepto de Dignidad, será posible referirnos,
en la siguiente entrega de este Blog, al gran sentimiento de Indignación, mismo que ha sido motor de
tantos movimientos de protesta ciudadana que hemos vivido en los últimos
tiempos.
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