Ilustración: John Cuneo, The New Yorker |
La economía en el mundo ha vivido sus propias crisis, y de ello no está exenta la política. No sólo somos seres sociales, sino también políticos. Por ello, deben buscarse nuevas formas en las que se puede reconstruir o fortalecer la actual forma de hacer política.Los ciudadanos debemos hacer política, pero no desde cargos públicos, sino desde nuestra respectiva trinchera...
Atinadamente Fernando Savater dice: "Hay que reivindicar la política. Es obligación de todos participar en ella, pero con paciencia y tenacidad, para mejorar la situación social del país y para construir la democracia de México". Esta reivindicación puede tener varias aristas, una de las cuales es el involucramiento de la ciudadanía, traducido en lo que hoy conocemos como participación ciudadana, ya que ésta es la manera idónea de canalizar la indignación. En mi concepto, se trata de la mejor forma de construir una democracia.
Quizá te disguste la idea de
participar en la política, ya que es un ámbito demasiado desprestigiado. Pero
¿sabes qué? No tenemos otra opción, porque "de una buena conducción
política depende la estabilidad del Estado, la solución concertada de los
conflictos sociales y la satisfacción de las demandas de la población en
materias apremiantes como la inequidad económica, la desigualdad social, la
seguridad, la salud, la educación o el crecimiento económico. El buen
funcionamiento de las instituciones políticas y de los partidos, así como la
participación comprometida de los ciudadanos son indispensables para la
estabilidad general de la nación y la proyección de su futuro fundada en
consensos básicos.”
En apoyo a esta idea, afirma Luis
Salazar Carrión:
Como hemos visto, la política ha
sido siempre una tarea difícil, ambigua y ambivalente. Idealizarla es por eso
tan incorrecto como pretender superarla o desdeñarla. Para bien o para mal, el
destino de las sociedades y de las personas ha dependido y seguirá dependiendo
en buena medida de la política y de las maneras en que se interprete y se ejerza:
democrática o autocráticamente. En este sentido, la larga discusión establecida
por los clásicos del pensamiento político, desde Platón hasta Bobbio, sigue
siendo pertinente, pues en ella lo que se juega no sólo es la forma, belicista
o pacifista, autocrática o democrática, fanática o racional, en la que se
piensa y analiza la política, sino también la forma bárbara o civilizada en que
se practica. En el fondo, finalmente, lo que está en juego siempre en la
política es la lucha entre estas concepciones. Una, cabalmente incompatible con
los imperativos más elementales de la moral y el derecho, la autocrática. Otra,
más difícil y precaria, la democrática, que al menos en principio se esfuerza
por acercarse al máximo a su compatibilización.
Daniel Innerarity enfatiza:
Lo que no va bien es la política,
es decir, la posibilidad de convertir esa amalgama plural de fuerzas en
proyectos y transformaciones políticas, dar cauce y coherencia política a esas
expresiones populares y configurar el espacio público de calidad donde todo
ello se discuta, pondere y sintetice. Algo tiene que ver con esto el hecho de
que para quienes actúan políticamente cada vez sea más difícil formular agendas
alternativas. Estamos en una era postpolítica, de democracia sin política. Tenemos
una sociedad irritada y un sistema político agitado, cuya interacción apenas
produce nada nuevo, como tendríamos derecho a esperar de la naturaleza de los
problemas con los que tenemos que enfrentarnos.
Cada día tenemos más protestas,
pero hay que reconocer que éstas, en la mayoría de los casos, se justifican
debido al grado de impunidad que padecemos.
"Para que la política vuelva
a ser noble y ética", como señala Lorenzo Meyer, "es preciso que en
ese quehacer público participen los ciudadanos." Es hora de purificar la
política, de que sude por sus poros todas las toxinas que se han impregnado en
ella, y no hay otra forma de hacer esto sino mediante los ciudadanos.
Los
ciudadanos debemos hacer política, pero no desde cargos públicos, sino desde
nuestra trinchera, para contribuir de manera determinante en las decisiones
primordiales de la sociedad, influyendo en autoridades y políticos.
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