Por Ulrich Richter Morales
La corrupción que vive el país ha propiciado que las personas dejen a un lado la apatía y asuman el compromiso público de defender su dignidad
En México, la corrupción —y por lo tanto, la decadencia de valores que ha llegado a puntos inesperados en el país— ha hecho que los ciudadanos despierten o dejen la pasividad para activarse por su dignidad y honor, con el fin de recobrar su compromiso público y revitalizar las virtudes cívicas.
Un ejemplo de lo anterior son las protestas sobre los hechos lamentables ocurridos en Ayotzinapa, Guerrero, así como el trabajo de activistas ciudadanos como María Ampudia González, fundadora de la asociación civil ¿Y Quién Habla por Mí?, o María Elena Morera de Galindo, presidenta de la asociación civil Causa en Común.
Una de las variantes por las que atraviesa la crisis de la sociedad en nuestro México es la que tiene que ver con los valores, aunque se ha vuelto casi negativo hablar de la virtud de los ciudadanos y también de los gobernantes.
Lo primero que debemos entender es cuáles son las virtudes cívicas. Un primer referente se da en la antigua Grecia, en donde la excelencia de una cosa se traducía en la virtud. Hoy pocos son excelentes en su proceder, cada día vemos actos deplorables de gobernantes y gobernados. No obstante, las virtudes no son exclusivas de la élite gobernante, sino que pueden aflorar en todos los ciudadanos.
Asimismo, el filósofo griego Aristóteles define a la virtud como “el modo de ser por el cual el hombre se hace bueno y por el cual realiza bien la función propia”.
Justicia AyotzinapaSe podría pensar que el “hombre bueno” es un concepto romántico, incluso cabe cuestionarse: ¿quién es un hombre bueno? No pretendo convertir a los ciudadanos en seres en extremo virtuosos, ya que una comunidad así sería una utopía, pero lo que sí se puede lograr a través de la educación es formar a los niños y jóvenes que mañana podrían actuar como ciudadanos virtuosos, para lo cual, las materias impartidas en las escuelas deben incluir contenidos enfocados en la formación cívica. Si no volvemos a este tipo de educación, menos aún podremos exigir que existan ciudadanos virtuosos.
Hoy que las políticas públicas están de moda en las agendas legislativas, hay que emprender una que fortalezca los hábitos para lograr una convivencia pacífica entre los ciudadanos y que permita el resurgimiento de una cultura cívica.
RESPETO A LOS DERECHOS
El ciudadano es el que respeta las reglas de convivencia, pues el respeto al otro no es más que reconocer la categoría de ciudadano. En ese sentido, la virtud cívica está asociada con la virtud pública, es decir, la cívica podría ser el género y una de las especies la virtud pública. Ya señalaba Aristóteles que “cuando todos los ciudadanos que forman parte del gobierno sean virtuosos el Estado también lo será”. En efecto, el gobierno sólo es un reflejo de la clase de ciudadanos que existen.
Un ciudadano virtuoso es el que respeta los derechos de sus semejantes, y que además asume un compromiso con los intereses de la comunidad y permanece activo en la vida política, lo que enriquecerá al régimen democrático. Lo anterior es una versión clásica del Republicanismo, en el que se enfatizaba el papel público que a cada uno le corresponde sin cometer excesos indebidos, y quien los comete es considerado un ciudadano corrupto, pues no responde a los intereses de la comunidad, sino a los propios.
Entre las virtudes cívicas podemos encontrar la tolerancia, que se traduce en el respeto a la diversidad de opiniones; la capacidad de deliberar, que consiste en tomar parte en los asuntos públicos; la justicia, como una cooperación entre personas libres e iguales y la solidaridad, como pertenencia a la comunidad y reconocimiento de la realidad del otro.
El término virtud ha sido estudiado por filósofos y políticos a lo largo de la historia y, por ello, existen un sinnúmero de concepciones o significados, así como confusiones con la propia virtud moral, razón por la cual, el sentido que debemos darle es esta virtud política.
ANTE TODO, EL BIEN COMÚN
En razón de lo anterior, hay que reivindicar el orden político y ético. Para el ciudadano virtuoso, el concepto de ciudadanía se convierte en una acción y práctica de la vida activa, en consecuencia debemos volver a esa vocación pública, de ahí que el concepto de virtud tenga un enfoque estrictamente político. En ese sentido, hoy más que nunca los ciudadanos deben participar en la vida pública e incluso ser críticos, pues la idea de ciudadanos pasivos ya está quedando rebasada, sobre todo porque la sociedad está deteriorada y es su deber actuar para evitarlo.
Posiblemente este motivo ha detonado la gran activación de los ciudadanos en las críticas y protestas contra los actos de corrupción e impunidad que hemos visto y padecido recientemente en todos los órdenes de gobierno.
Ante este escenario debemos recordar a Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu, quien aportó una acepción política a la virtud en su obra La república: “Es el amor a la patria, entendiendo por ello no un acto romántico sino como amor a las leyes y a las instituciones que protegen la libertad común. Este amor prefiriendo siempre el bien público al bien propio”
Otra concepción interesante es la de Maquiavelo, quien en su libro El Príncipe asociaba a la virtud sólo a los líderes polí- ticos y caudillos militares, pero en su obra Discurso sobre la primera década de Tito Livio, da un giro muy interesante al señalar que si una ciudad desea ser grande será necesario que la virtud sea practicada por su cuerpo de ciudadanos. Por lo que, tanto los dirigentes como los ciudadanos, deben de estar preparados “a anteponer no sus propios intereses, sino los del bien general; no su propia decadencia, sino su propia patria”.
Por lo anterior, lo que nos ha faltado en nuestro país es que todos, gobernantes y gobernados, pongamos el bien público sobre el bien propio.
Artículo publicado originalmente en la REVISTA "ALCALDES DE MÉXICO", FEBRERO 2015
http://www.alcaldesdemexico.com/expediente-abierto/las-crisis-activan-a-los-ciudadanos/