lunes, 23 de noviembre de 2015

EL PODER DE LA CALLE




El zócalo capitalino, como otras plazas del país y del mundo, son emblemáticas del llamado "poder de la calle". Las manifestaciones causan molestias a terceros, cierto, pero también es verdad que las autoridades generalmente no cumplen con escuchar al ciudadano.


El Zócalo de la ciudad de México, también conocido como Plaza de la Constitución, ha sido la explanada emblemática de las protestas ciudadanas en la Ciudad de México, pero también ha sido el ágora, como se le conocía en la antigua Grecia, donde los ciudadanos del país se manifiestan y expresan su parecer con el actuar de los gobiernos, a los que en algunas ocasiones vitorean o abuchean. No en balde, en muchas ocasiones, esta plaza emblemática ha sido convertida en sala de exposiciones y de múltiples tópicos culturales o de entretenimiento, y de paso evitar que sea ocupada por manifestantes o que se instalen plantones.

Podríamos afirmar que todas estas modalidades de movilización son las formas más usuales y conocidas de la protesta, unos participando en ellas y otros atrapados en el tráfico o en el bloqueo. Es evidente que el campo fértil de la protesta ha sido "la calle", más todavía en las grandes capitales, donde cualquier tipo de manifestación colapsa las vialidades. Pero dejando de lado esta molestia que sufren algunos, los ciudadanos, al protestar en la forma más usual, toman las avenidas, cada día en mayor medida, por lo que esto se conoce ahora como "el poder de la calle".

Al respecto señala Arcadi Oliveres: "Esta es la hora. La hora de sentir otras voces y otros clamores. La hora de salir a la calle y denunciar lo que está pasando y de empezar el cambio".

Es cierto, rara vez se toma la calle para vitorear o aplaudir a un político; ejemplo de ello se vivió con motivo del fallecimiento del ex presidente de España, Adolfo Suárez González, el martes 25 de marzo de 2014:

"Las calles de Madrid, donde se vio el fiel reflejo del ambiente político y de la especie de tregua provocada por la muerte de Adolfo Suárez. Primero, sólo se oía un sobrecogedor silencio en la carrera de San Jerónimo. Después, la música militar. Más adelante, el entusiasmo, la emoción y los aplausos de miles de ciudadanos y gritos de ´¡viva la democracia!´. [...] A la salida del Congreso, donde había permanecido más de 24 horas, la emoción se desbordó y llegaron los primeros aplausos y gritos de ¡gracias, presidente!'. Al final del recorrido, en la plaza de Cibeles —casi un kilómetro— una gran pancarta con esas dos palabras resumía el sentimiento expresado por la mayoría".

Con gran sentido crítico, digno de ser analizado, el observador global Moisés Naím refiere que las protestas callejeras "se han puesto de moda. De Bangkok a Caracas y de Madrid a Moscú, no pasa una semana sin que en alguna gran urbe del planeta una muchedumbre tome las calles para criticar al gobierno o para denunciar problemas más amplios, como la desigualdad o la corrupción. Con frecuencia las fotos aéreas de estas marchas impresionan por el intimidante mar de gente que exige cambios. Pero lo más sorprendente es que pocas veces logran su objetivo. Hay una gran des-proporción entre la formidable energía política que vemos en las manifestaciones y sus pocos resultados prácticos".

Otra opinión es que "todos los movimientos y revueltas —de Oakland a Madrid y de Trípoli a México— son ejemplos muy concretos del poder de la calle. Cuando los votos no cuentan, cuando la democracia se queda coja, cuando las cortes y la policía sólo protegen a los poderosos, cuando las muertes y secuestros quedan impunes, cuando la sociedad toda beneficia sólo a unos pocos, cuando la desigualdad se convierte en regla, cuando uno o dos deciden por todos... ése es el momento de salir a la calle".

Entre los argumentos contra las manifestaciones están que tu derecho termina cuando comienza el de los demás, que se obstruye la libertad de tránsito, que se colapsan las vialidades y afectan los comercios, pero sin duda estas molestias se deben a que no ha habido una respuesta de la autoridad.

En la opinión del periodista Ricardo Alemán, quien responde así al por qué de las marchas, manifestaciones y plantones:

El círculo vicioso parece no tener salida. Es decir, desde hace décadas los grupos inconformes por tal o cual decisión de Estado, o por tal o cual acción privada, no acuden a las instancias públicas en busca de solución o de justicia. ¿Y por qué no buscan una solución en esas instancias? La respuesta todos la conocen.

Porque en México la justicia es ciega, sorda y tortuosa; porque la justicia también es lenta y poco clara; porque la justicia suele tener precio y estar al servicio del mejor postor. Por eso grupos sociales, partidos políticos, legisladores, particulares y ciudadanos de a pie prefieren recurrir a la protesta violenta, la movilización callejera, el plantón, el bloqueo y el cerco social.

Y es que en México todos saben que dañar a las mayorías mediante esos instrumentos —marchas, bloqueos y plantones— suele ser una llave casi mágica, capaz de agilizar la respuesta de gobierno e instituciones que, de otro modo, nunca responderían.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

LA DIGNIDAD Y LOS CIUDADANOS



La dignidad de los ciudadanos hace fuerte a un país. En contraparte, están aquellos que pretenden imponer a otros sus propias reglas de convivencia


Los ciudadanos tenemos que ser dignos. Ser ciudadano de un país es ya de por sí un cargo honorífico. Una de las tesis de mi libro Manual del Poder Ciudadano es que el ciudadano es aquél que respeta las normas o reglas de convivencia; por tanto, es un privilegio contar con ciudadanos. Eso es lo que hace fuerte a un país.

Sin embargo, se encuentra la otra categoría, la del habitante, aquél que, lejos de cumplir con las reglas de convivencia, pretende implantar sus propias reglas, por lo que no goza de la cualidad de digno. Ejemplos de ello resultan ser muchos de los sonados casos que se han suscitado en México en los últimos años, potenciados por las redes sociales: las famosas “ladies” y “gentlemans” de Polanco y de cualquier otro lugar del país. Sin duda que sabes bien de quiénes hablamos.

Otra cara de la moneda la encontramos en la autoridad: ésta debe ser digna, honorífica, para ganarse el respeto que los ciudadanos no le han dado. Los significados que podemos atribuir a la palabra dignidad son diversos, y también son múltiples las formas de expresarlos.

"La dignidad —sostenía Aristóteles— no consiste en nuestros honores, sino en el reconocimiento de merecer lo que tenemos." Es un valor que corresponde al ser humano, no por su capacidad, sino en tanto que la persona "ha de ser afirmada por sí misma y por su dignidad", escribe Platón."

Según Mahatma Gandhi, "en cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle".

Por su parte, el analista Federico Reyes Heroles precisa:

"El asunto de la dignidad es a la vez complejo y muy sencillo. Complejo porque está más allá de la ley. Se puede estar en la legalidad y ser indigno. Sencillo porque la indignidad es burda. Complejo porque no hay una receta universal de dignidad. Sencillo porque ella es la falta de respeto de un ser humano a sí mismo. Digno: "Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse", nos dice la Academia. Una persona indigna deja de merecerse a sí misma. Sus palabras se desintegran, pierden todo peso porque sabemos que nadie las respalda".

Señalan Agustín Squella Narducci y José Luis Guzmán Dalbora: 

La dignidad humana no es un concepto jurídico ni tampoco político, como sí lo son, respectivamente, "derechos" y "democracia". Dignidad humana es, ante todo, un concepto filosófico, pero es esa dignidad la que brinda apoyo o, si se prefiere, fundamento a instituciones jurídicas y políticas, tal como puede apreciarse en el caso de los dos conceptos antes aludidos. Si el hombre tiene ciertos derechos fundamentales es, precisamente, en razón de su dignidad, y si la democracia constituye una forma de gobierno en la que las decisiones colectivas se adoptan con algún grado importante de intervención de los propios sujetos que quedarán luego vinculados por ellas, es igualmente en razón de la dignidad que a esos sujetos se reconoce. 

Podremos advertir que en nuestro lenguaje cotidiano utilizamos mucho la palabra "dignidad", pero es importante enfatizar que es un principio en el que se basa todo estado social y democrático de derecho. La CPEUM señala: "Todo individuo tiene derecho a recibir educación". Además: 

c) Contribuirá a la mejor convivencia humana, a fin de fortalecer el aprecio y respeto por la diversidad cultural, la dignidad de la persona, la integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad, los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos, evitando los privilegios de razas, de religión, de grupos, de sexos o de individuos. 

Entendiendo plenamente el concepto de Dignidad, será posible referirnos, en la siguiente entrega de este Blog, al gran sentimiento de Indignación, mismo que ha sido motor de tantos movimientos de protesta ciudadana que hemos vivido en los últimos tiempos.