miércoles, 15 de enero de 2014

¿PARA QUÉ SIRVE MI VOTO?




Definido el voto como derecho y obligación, creo que estamos listos para responder una pregunta más: ¿para qué sirve que votemos?

Podríamos reformular esta pregunta si exploramos qué consecuencias, tanto directas como indirectas, tiene este acto político. Como ya vimos, el voto es una de las acciones cívicas de mayor trascendencia.

Tal como señala el político español Xavier Torrens, citando al catedrático Francesc De Carreras y al político español Josep María Valles, las elecciones tienen grandes efectos en el sistema político: producen legitimación, gobierno y representación.

Es tal su naturaleza que algunos gobernantes consideran el voto como un espaldarazo para llevar a cabo sus programas políticos. Sin embargo, también es cierto que otros lo utilizan para satisfacer sus aspiraciones personales, como un peldaño para acceder a una posición de privilegio.

Visto así, podríamos decir que el voto es una especie de diamante negro: una joya muy valiosa que, una vez electos, sirve en ocasiones a algunos para enriquecerse en forma ilegítima.

Desafortunadamente, he tenido que ponerle color negro a este asunto, aunque no en alusión a la tinta que se estampa en nuestro pulgar cuando votamos, sino al servidor público o político que se aparta de los principios éticos y se enriquece a costa de los ciudadanos.

Esto es peor todavía si pensamos que dichos servidores están ahí para representar e los mismos ciudadanos. Después de todo, los legisladores deberían actuar en nombre de la ciudadanía.

Igual de nebulosos, si se me permite decirlo, son los gobernantes dispuestos a cualquier cosa con tal de conseguir los votos de las mayorías, pero que, una vez en funciones, se olvidan de la voluntad de los ciudadanos.

Así, somos utilizados y pasamos al olvido, pues ya no resultamos necesarios para que alguien obtenga una posición política.

En este sentido, creo que nos ayudará comprender a quién favorecerá la actitud que tomemos hacia nuestro voto. El analista político Luis G. Pérez Quiroz ha clasificado los votos en diferentes categorías:

[...] los votos mismos son de diversa tipología, destacando entre otros:

1. El voto ausente, es decir, una indolente abstención. Esto a los únicos que beneficia es a los partidos llamados "chicos", que sólo buscan cumplir con su dos por ciento del total de votos para seguir medrando y no perder su registro.

2. El voto caprichoso, que se basa en apariencias externas o en la imagen pública del candidato, en vez de analizar su plataforma política y su trayectoria de integridad, a fin de escoger atinadamente.

3. El voto de castigo, que se refiere a votar no a favor de algo sino en contra de alguien. A no dudar, el PRI y el PRD serán los beneficiarios de un eventual castigo a la ineficiencia del PAN en algunas entidades, mientras que el PAN y el PRD lo serán en aquellos lugares en que el desprestigio caciquil es evidente.

4. El voto duro, que es el que por default otorgan los miembros recalcitrantes de cada instituto político. Con la opción a la traición por descontento, como ocurrió en el fenómeno Fox, en el que se dice que los que sacaron al PRI de los Pinos fueron los propios burócratas.

5. El voto razonado en base a resultados, que es cuando un partido está haciendo un buen papel en diversos ámbitos del quehacer estatal, lo que atrae sufragios por convicción más que por fe ciega.

6. El voto de la ignorancia o la irresponsabilidad, que se convierte en anulado por estar dirigido a candidatos no registrados, o por simple error en el cruce de boletas. Es el caso clásico del voto a Cantinflas o a la Chimoltrufia.

7. El voto chicharronero o despensero, que es el obtenido por medio de canonjías, obsequios o francas cooptaciones a través de los múltiples canales que le dan origen, tales como los programas de ayuda social, o por simple chambismo y arribismo.

8. El voto de mercado, que es el conseguido por avalancha publicitaria, por demagogia disfraza-da de compromiso, por golpeteos de tipo personalista o por anti publicidad, buscando el desprestigio del contrincante al no poder sostener un prestigio propio.

9. El voto impensado, que es cuando ninguno de los candidatos convence claramente y casi se aplica sobre la marcha, para simplemente romper con un empate generalizado de mediocridad electoral.

10. El voto encuestero, consistente en que a través de encuestas se orienta la votación en un sentido o en otro, por un simple manipuleo de porcentajes al alza o baja, como cuando en las apuestas de las carreras de caballos el tablero de apuestas jala a los apostadores en un sentido u otro. Este tipo de voto es hermano del voto de mercado.

11. El voto fantasmal, que es cuando votantes ya fallecidos se presentan en las urnas, para participar del relleno de ánforas junto con los vivos que no llegaron pero que de todas maneras votan una vez que se han cerrado las casillas. Este voto siempre ha sido negado por las autoridades del IFE, pero es una posibilidad matemática que muchos sospechan como real.

12. El voto de calidad moral, que es el inducido por personajes públicos de impacto social definido, intelectuales o artistas, que con sus opiniones coadyuvan al derrumbe o al impulso de opciones electorales. Muchas veces los propios candidatos se rodean de este tipo de personajes, para incrementar sus posibilidades. Es en este marco, abanico de alternativas múltiples, en el que se mueven los procesos democráticos. Tan inciertos como imprescindibles, tan llenos de asegunes. Tan incompletos e impuros, al contaminarse la lucha ideológica con la fuerza operativa, al mezclarse la sociología, la política y la mercadotecnia, dando lugar a un ente híbrido, casi teratológico, en el que la vanidad es cualidad y la verticalidad defecto. Donde la mentira se disfraza de verdad.

MEJORES CIUDADANOS, MEJORES GOBERNANTES

Es cierto que todo gobernante necesita a su alrededor a un grupo de personas de su confianza que ejecute sus decisiones políticas.

El problema está en las estructuras legales y reglamentarias nocivas que esa "monarquía republicana" edificó en México para poder llevar a cabo sus decisiones.

Aun así, no falta quien diga que prefería el anti régimen, en el que todas las decisiones eran tomadas por solo hombre. Quien así piensa, argumenta que en ese entonces el país no estaba sumido en una crisis tan severa como actual.

Yo no comparto esa opinión; el costo social de mantener una estructura tan rígida, que no da voz a las diferentes opiniones, es demasiado alto.

Por eso estoy convencido que el único camino posible al bienestar es la democracia.

La exigencia es clara: necesitamos a las personas más capacitadas para manejar al país.

Pero eso sólo lo lograremos si nosotros mismos somos, también, mejores ciudadanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario