Definido el voto como derecho y
obligación, creo que estamos listos para responder una pregunta más: ¿para qué
sirve que votemos?
Podríamos reformular esta pregunta si exploramos qué consecuencias, tanto directas como indirectas, tiene este acto político. Como ya vimos, el voto es una de las acciones cívicas de mayor trascendencia.
Tal como señala el político español Xavier Torrens, citando al catedrático Francesc De Carreras y al político español Josep María Valles, las elecciones tienen grandes efectos en el sistema político: producen legitimación, gobierno y representación.
Es tal su naturaleza que algunos
gobernantes consideran el voto como un espaldarazo para llevar a cabo sus
programas políticos. Sin embargo, también es cierto que otros lo utilizan para
satisfacer sus aspiraciones personales, como un peldaño para acceder a una
posición de privilegio.
Visto así, podríamos decir que el
voto es una especie de diamante negro: una joya muy valiosa que, una vez
electos, sirve en ocasiones a algunos para enriquecerse en forma ilegítima.
Desafortunadamente, he tenido que
ponerle color negro a este asunto, aunque no en alusión a la tinta que se
estampa en nuestro pulgar cuando votamos, sino al servidor público o político
que se aparta de los principios éticos y se enriquece a costa de los
ciudadanos.
Esto es peor todavía si pensamos
que dichos servidores están ahí para representar e los mismos ciudadanos.
Después de todo, los legisladores deberían actuar en nombre de la ciudadanía.
Igual de nebulosos, si se me
permite decirlo, son los gobernantes dispuestos a cualquier cosa con tal de
conseguir los votos de las mayorías, pero que, una vez en funciones, se olvidan
de la voluntad de los ciudadanos.
Así, somos utilizados y pasamos al olvido,
pues ya no resultamos necesarios para que alguien obtenga una posición
política.
En este sentido, creo que nos
ayudará comprender a quién favorecerá la actitud que tomemos hacia nuestro
voto. El analista político Luis G. Pérez Quiroz ha clasificado los votos en
diferentes categorías:
[...] los votos mismos son de
diversa tipología, destacando entre otros:
1. El voto ausente, es decir, una
indolente abstención. Esto a los únicos que beneficia es a los partidos
llamados "chicos", que sólo buscan cumplir con su dos por ciento del
total de votos para seguir medrando y no perder su registro.
2. El voto caprichoso, que se
basa en apariencias externas o en la imagen pública del candidato, en vez de
analizar su plataforma política y su trayectoria de integridad, a fin de
escoger atinadamente.
3. El voto de castigo, que se
refiere a votar no a favor de algo sino en contra de alguien. A no dudar, el
PRI y el PRD serán los beneficiarios de un eventual castigo a la ineficiencia
del PAN en algunas entidades, mientras que el PAN y el PRD lo serán en aquellos
lugares en que el desprestigio caciquil es evidente.
4. El voto duro, que es el que
por default otorgan los miembros recalcitrantes de cada instituto político. Con
la opción a la traición por descontento, como ocurrió en el fenómeno Fox, en el
que se dice que los que sacaron al PRI de los Pinos fueron los propios
burócratas.
5. El voto razonado en base a
resultados, que es cuando un partido está haciendo un buen papel en diversos
ámbitos del quehacer estatal, lo que atrae sufragios por convicción más que por
fe ciega.
6. El voto de la ignorancia o la
irresponsabilidad, que se convierte en anulado por estar dirigido a candidatos
no registrados, o por simple error en el cruce de boletas. Es el caso clásico
del voto a Cantinflas o a la Chimoltrufia.
7. El voto chicharronero o
despensero, que es el obtenido por medio de canonjías, obsequios o francas
cooptaciones a través de los múltiples canales que le dan origen, tales como
los programas de ayuda social, o por simple chambismo y arribismo.
8. El voto de mercado, que es el
conseguido por avalancha publicitaria, por demagogia disfraza-da de compromiso,
por golpeteos de tipo personalista o por anti publicidad, buscando el desprestigio
del contrincante al no poder sostener un prestigio propio.
9. El voto impensado, que es
cuando ninguno de los candidatos convence claramente y casi se aplica sobre la
marcha, para simplemente romper con un empate generalizado de mediocridad
electoral.
10. El voto encuestero,
consistente en que a través de encuestas se orienta la votación en un sentido o
en otro, por un simple manipuleo de porcentajes al alza o baja, como cuando en
las apuestas de las carreras de caballos el tablero de apuestas jala a los
apostadores en un sentido u otro. Este tipo de voto es hermano del voto de
mercado.
11. El voto fantasmal, que es
cuando votantes ya fallecidos se presentan en las urnas, para participar del
relleno de ánforas junto con los vivos que no llegaron pero que de todas
maneras votan una vez que se han cerrado las casillas. Este voto siempre ha
sido negado por las autoridades del IFE, pero es una posibilidad matemática que
muchos sospechan como real.
12. El voto de calidad moral,
que es el inducido por personajes públicos de impacto social definido, intelectuales
o artistas, que con sus opiniones coadyuvan al derrumbe o al impulso de
opciones electorales. Muchas veces los propios candidatos se rodean de este
tipo de personajes, para incrementar sus posibilidades. Es en este marco,
abanico de alternativas múltiples, en el que se mueven los procesos
democráticos. Tan inciertos como imprescindibles, tan llenos de asegunes. Tan
incompletos e impuros, al contaminarse la lucha ideológica con la fuerza
operativa, al mezclarse la sociología, la política y la mercadotecnia, dando
lugar a un ente híbrido, casi teratológico, en el que la vanidad es cualidad y
la verticalidad defecto. Donde la mentira se disfraza de verdad.
MEJORES CIUDADANOS, MEJORES
GOBERNANTES
Es cierto que todo gobernante
necesita a su alrededor a un grupo de personas de su confianza que ejecute sus
decisiones políticas.
El problema está en las estructuras legales y reglamentarias nocivas que esa "monarquía republicana" edificó en México para poder llevar a cabo sus decisiones.
Aun así, no falta quien diga que prefería el anti régimen, en el que todas las decisiones eran tomadas por solo hombre. Quien así piensa, argumenta que en ese entonces el país no estaba sumido en una crisis tan severa como actual.
Yo no comparto esa opinión; el costo social de mantener una estructura tan rígida, que no da voz a las diferentes opiniones, es demasiado alto.
Por eso estoy convencido que el único camino posible al bienestar es la democracia.
La exigencia es clara: necesitamos a las personas más capacitadas para manejar al país.
Pero eso sólo lo lograremos si nosotros mismos somos, también, mejores ciudadanos.
El problema está en las estructuras legales y reglamentarias nocivas que esa "monarquía republicana" edificó en México para poder llevar a cabo sus decisiones.
Aun así, no falta quien diga que prefería el anti régimen, en el que todas las decisiones eran tomadas por solo hombre. Quien así piensa, argumenta que en ese entonces el país no estaba sumido en una crisis tan severa como actual.
Yo no comparto esa opinión; el costo social de mantener una estructura tan rígida, que no da voz a las diferentes opiniones, es demasiado alto.
Por eso estoy convencido que el único camino posible al bienestar es la democracia.
La exigencia es clara: necesitamos a las personas más capacitadas para manejar al país.
Pero eso sólo lo lograremos si nosotros mismos somos, también, mejores ciudadanos.
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